Cuando nacimos de nuestros padres terrenales como seres humanos físicos, de cuerpo y alma, no tuvimos la necesidad de saber cómo nacer. Sin embargo, para renacer del espíritu de Dios y llegar a ser seres tripartitos de cuerpo, alma y espíritu, tenemos que saber cómo recibir lo que Dios ha hecho disponible.
¿Por qué necesitamos renacer?
I Corintios 2:14:
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
Hombres y mujeres naturales de solo cuerpo y alma no pueden conocer las maravillosas cosas espirituales que Dios quiere que sepan. Uno tiene que renacer y llegar a ser completo—de cuerpo, alma y espíritu—para entender el conocimiento de Dios y tener su entendimiento alumbrado.
Efesios 1:18:
alumbrando [o «inundando con luz», como se lee en The Amplified Bible, La Biblia ampliada en inglés] los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.
Como hijos renacidos de Dios, tenemos acceso a Él. Tenemos la habilidad de conocer Su voluntad para nuestras vidas y tener nuestro entendimiento inundado con la luz de Su Palabra.
Para renacer, primero tenemos que oír la Palabra de Dios.
Romanos 10:17:
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Tenemos que oír la Palabra de Dios para poder recibir la fe de Jesucristo. Por medio de los logros de Jesucristo, esta fe fue hecha disponible en el día de Pentecostés, cuando todo lo que Dios había prometido acerca de nuestro redentor se cumplió.
Gálatas 3:22:
Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.
La fe se hizo disponible a través de los logros de Jesucristo y es espiritual. El hombre natural de cuerpo y alma no puede tener fe, pero sí puede creer. Dado que el hombre natural puede creer, él puede recibir la promesa del nuevo nacimiento declarada en Romanos.
Romanos 10:9,10:
que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
La salvación—el nuevo nacimiento—requiere que hagamos dos cosas: confesar a Jesús como señor y creer en nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos. No tenemos que confesar a Jesús como un gran hombre o ni siquiera como un profeta entre los profetas. Romanos 10:9 tampoco dice que tenemos que confesar nuestros pecados para renacer del espíritu de Dios. Confesamos a Jesús como señor en nuestras vidas.
Ademas de confesar a Jesús como señor, creemos en nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos. Creemos con todo nuestro corazón (en lo más profundo de nuestro ser) que Dios levantó a Jesús de los muertos para jamás volver a morir.
En el momento en que confesamos y creemos como se instruye en Romanos 10:9, renacemos del espíritu de Dios. Llegamos a ser hijos de Dios con simiente incorruptible dentro de nosotros.
I Pedro 1:23:
siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
Recibimos la simiente incorruptible de Dios, el don de espíritu santo.
Para conocer las maravillosas cosas espirituales que Dios quiere que sepamos, tenemos que renacer de Su espíritu. Para hacer esto, se requiere oír la incomparable Palabra de Dios. Al oír la Palabra de Dios, confesamos a Jesús como señor y creemos en el corazón de nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos. Entonces, ¡somos renacidos! Somos hijos e hijas de Dios con simiente incorruptible; somos seres tripartitos de cuerpo, alma y espíritu.