Recuerdo cuando era niña la grata sorpresa de recibir unas prendas de vestir que me obsequió una amiga de la familia. Eran brillantes, lindas y con hermosos diseños. ¡Me gustaron mucho! Yo quería abrir la bolsa y probarme la ropa, pero mi papá me detuvo para recordarme que agradeciera primero. Pero más allá de decirle «gracias» a la amiga de mi familia, me instruyó a dirigir mi agradecimiento también a Dios. Mi papá me estaba enseñando acerca de la Fuente de mis bendiciones y que Dios es a Quien le debo las gracias y mi agradecimiento. Queremos que nuestro agradecimiento—junto con nuestra alabanza y gloria—sean primeramente y ante todo para Dios.
Podemos darle a Dios las gracias que le debemos, porque reconocemos que Él es la Fuente de todas nuestras bendiciones. Dios es nuestro Padre celestial; y como un Padre, Él quiere lo mejor para Sus hijos. Y como Sus hijos, reconocemos que Dios provee cosas buenas para nosotros.
Santiago 1:17:
Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
La Palabra de Dios declara que nuestro Padre celestial provee toda buena dadiva y todo don perfecto para nosotros. Salmos 68:19 nos recuerda que Dios cada día nos colma de beneficios. Todo lo bueno que tenemos al fin y al cabo se origina de Dios. Entender que Dios es la Fuente de todas nuestras bendiciones nos recuerda que nosotros le debemos a Él las gracias. Sin importar cómo habremos recibido las cosas buenas y perfectas en esta vida, nosotros le damos las gracias primeramente y ante todo a Dios por ellas, ya que Él es el Suplidor y el verdadero punto de partida de cada una de esas bendiciones.
Hay maravillosos ejemplos en las Escrituras de hombres y mujeres que mostraron su agradecimiento a Dios, dándole a Él la gloria. Uno de esos ejemplos es el Rey David. Él enfrentó grandes desafíos en su vida; pero aun así, él reconoció lo que Dios había hecho por él y prometió cantarle, alabarle y darle las gracias para siempre.
Salmos 30:11,12:
Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.
Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre.
Podemos entender de muchos de los Salmos, que David hizo que su estilo de vida fuera uno de alabanza y agradecimiento a Dios. A pesar de las dificultades en su vida, él reconoció el provecho de darle las gracias a Dios. David decidió llevar sus pensamientos a Dios y recordar Su amorosa bondad y tierno cuidado. De igual manera, nosotros podemos decidir darle las gracias a Dios en todas las situaciones de la vida y lo podemos hacer de todo corazón.
Otro ejemplo de las Escrituras es Jesucristo, quien es verdaderamente nuestro ejemplo más grande a seguir. Él llevó a cabo la voluntad de su Padre y fielmente le dio gracias a Dios. Durante el ministerio de Jesucristo, él tuvo el hábito de acudir a su Padre celestial para recibir guía y para expresar su agradecimiento. Ya fuese por necesidades grandes o pequeñas, Jesús sabía que era Dios a Quien él debía darle las gracias por suplir sus necesidades y las necesidades de otros. Cuando Jesús enfrentó la necesidad de alimentar a miles, teniendo solo algunos panes y peces, él acudió a Dios.
Mateo 15:36-38:
Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud.
Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas.
Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Aun durante su última cena con sus amados discípulos, Jesús les enseñó nuevamente a darle las gracias a Dios. Él tomó tiempo para expresar su agradecimiento a su Padre celestial (Lucas 22:17,19).
Así como lo hicieron Jesucristo y el Rey David, nosotros hemos de reconocer a Dios como el Suplidor de todo lo que es bueno en nuestras vidas. Él es Aquel Quien ha suplido todas nuestras necesidades. Nosotros le debemos a Él las gracias. Yo estoy agradecida a mi papá por enseñarme cómo tomar el tiempo para darle las gracias a Dios por todo lo bueno en mi vida. ¡Y nunca es demasiado tarde para que cualquiera de nosotros comience a practicar este maravilloso hábito! No importa la situación o el tamaño de la bendición en nuestra vida, nosotros escogemos expresar nuestro agradecimiento a Dios primeramente y ante todo.