El fruto del espíritu

El fruto del espíritu

Imagínese el tomate más rojo, jugoso y sabroso que alguna vez se haya comido. A lo mejor usted se lo comió completo porque estaba muy sabroso. A mí me ha pasado. Los mejores tomates (y las frutas en general) se producen cuando la planta crece en un suelo fértil que contiene los nutrientes vitales, junto con el cuidado apropiado que necesita para su mejor crecimiento. Del mismo modo, como creyentes renacidos, podemos cultivar un ambiente espiritualmente rico en nuestras vidas donde el fruto—el fruto del espíritu—pueda abundar.

En el mundo de las plantas, podemos identificar una planta por el tipo de fruto que ella produce. Si una planta produce tomates, sabemos que es una planta de tomate. Si una persona produce fruto del espíritu, entonces sabemos que esa persona es renacida del espíritu de Dios. Podemos cultivar fruto del espíritu en nuestras vidas porque recibimos el don de Dios, espíritu santo en nosotros, cuando renacimos. La simiente de Dios, ese don de espíritu santo en nosotros, permite que se produzca el fruto del espíritu. Pero es nuestra responsabilidad proveer un ambiente espiritualmente saludable con los nutrientes correctos y el cuidado apropiado que se necesita para su crecimiento.

Como creyentes renacidos, ¿qué tipo de fruto del espíritu podemos producir? Podemos dar gracias que Dios deja claro en Su Palabra cómo es el fruto del espíritu.

Gálatas 5:22 y 23:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Vemos en estos versículos que hay nueve frutos del espíritu que podemos producir, los cuales son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (creencia), mansedumbre y templanza.

Andar por el espíritu promueve un ambiente espiritualmente saludable para que el fruto del espíritu crezca y florezca. Andar por la carne produce las obras de la carne, lo cual no proporciona un ambiente saludable para el fruto del espíritu.

Gálatas 5:16 y 17:
Digo, pues: Andad en [por] el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.

A diferencia de andar por la carne, nosotros andamos por el espíritu, lo cual implica andar conforme a la revelación escrita de la Palabra de Dios y operar las nueve manifestaciones del don de espíritu santo que recibimos cuando renacimos. 1 Corintios 12 nos muestra que estas nueve manifestaciones son: hablar en lenguas, interpretación de lenguas, profecía, palabra de ciencia, palabra de sabiduría, discernimiento de espíritus, fe (la manifestación de creencia), el hacer milagros y dones de sanidades.

Cuando andamos por el espíritu, mediante la operación de estas nueve manifestaciones, producimos el fruto del espíritu. En la naturaleza, la calidad de la fruta demuestra la calidad de la planta. Espiritualmente, podemos ver el mismo principio. El fruto del espíritu—amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (creencia), mansedumbre y templanza—son el producto de andar por el espíritu y evidencian la calidad de nuestras vidas espirituales.

Podemos anticipar que, a medida que andamos por el espíritu y operamos las nueve manifestaciones, estamos cultivando ese hermoso fruto, el fruto del espíritu, que enriquecerá nuestras vidas. La próxima vez que usted vea un tomate perfectamente maduro, piense en el fruto del espíritu que podemos producir y en la calidad de vida que podemos disfrutar—una vida rebosante de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (creencia), mansedumbre y templanza. Ese fruto será la evidencia para todo aquel con quien nos encontremos, de que tenemos vidas cristianas ricas y vibrantes, cultivadas por nuestro andar en la Palabra de Dios, por la operación de las nueve manifestaciones del espíritu santo, debido a que somos hijos de Dios renacidos.

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