¡El nacimiento de nuestros hijos fue maravilloso! ¡Arropados en esos pequeños paqueticos estaba todo el potencial para crecimiento que llegaba con cada nuevo día! Pero así de maravilloso como es el «primer» nacimiento, nada se compara con la grandeza del nuevo nacimiento, por medio del cual llegamos a ser los hijos de Dios. Ser renacido nos da un poder con gran potencial envuelto en el don de espíritu santo. Somos cambiados. Cada día a medida que aprendemos más acerca de lo que tenemos en el nuevo nacimiento, ¡podemos crecer y tener un impacto!
¿Por qué necesitaría alguien ser renacidos? Al nacer, el bebe tiene cuerpo y alma: un cuerpo el cual es carne, y un alma o vida de aliento, el cual representa la base de la personalidad, los pensamientos y la capacidad de la voluntad de uno. Como un ser de dos partes, con solo cuerpo y alma, un niño vive y crece por medio de los cinco sentidos. Por muy maravillosos que sean los cinco sentidos, son limitados. Para ir más alla de esas limitaciones, uno tiene que ser renacido.
¿Qué cambia cuando uno es renacido? En Su infinita sabiduría, Dios hizo un plan por medio del cual un individuo llega a ser tripartito. Cuando uno renace, la simiente espiritual de Dios nace en él. Esa persona renace del espíritu de Dios y llega a ser un ser tripartito de cuerpo, alma y espíritu. Este creyente renacido tiene una conexión espiritual con Dios y puede recibir información de Él y manifestar poder por medio del don del espíritu de Dios en él.
Así que, ¿cómo llega uno a renacer? Nuestro Padre celestial hizo fácil ser un hijo o hija Suyo.
Romanos 10:9,10:
que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Confesar con su boca que Jesús es señor en su vida, y creer en su corazón (la parte más profunda de su ser) que Dios levantó a Jesús de los muertos. ¡Eso es todo! ¡Usted ES absolutamente salvo, renacido del espíritu de Dios! Cuando usted nació la primera vez, usted recibió la simiente de su padre terrenal. Usted es hijo de su padre terrenal. Cuando usted es renacido, usted recibe la simiente de su Padre celestial—la simiente de Dios en Cristo en usted. Usted ahora es un hijo de Dios.
Antes que fuéramos salvos, solamente eramos cuerpo y alma; pero ahora somos cuerpo, alma y espíritu. Con este espíritu, este don de espíritu santo de parte de Dios para nosotros, tenemos disponible una vía de aprendizaje completamente nueva. ¡No estamos limitados de aprender solo por nuestros cinco sentidos, porque tenemos el espíritu de Dios que obra en nosotros! Y no solo eso, sino que también podemos conectarnos con el poder del espíritu santo debido a esa simiente de Dios en Cristo dentro de nosotros. ¡Entendiendo lo que Dios nos ha dado en el nuevo nacimiento nos da un denuedo proveniente de Dios y una confianza en la vida!
Cuando entendemos y operamos nuestro poder espiritual, crecemos y cambiamos. Cuando renacimos, ciertamente fuimos cambiados de cuerpo y alma, a cuerpo, alma y espíritu. ¿Pero a qué se parece ese cambio? No podemos ver espíritu, pero si podemos ver los efectos del poder espiritual manifestado en la vida de las personas.
Pedro es un ejemplo Bíblico de un hombre cuya vida cambió después de ser renacido. Él cambió de tener miedo de las autoridades religiosas judaítas a manifestar gran denuedo y confianza e impactar a otros.
Juan 20:19 dice: «…estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos [judaítas]….» Estos eran tiempos difíciles. Las autoridades religiosas judaítas acababan de crucificar a Jesús. Pedro y los otros discípulos de Jesús tenían miedo de estos hombres que habían crucificado a su señor; así que por eso estaban tras puertas cerradas. Pero el miedo pronto se acabaría. ¿Qué cambio? Antes de su ascensión, Jesús instruyó a sus apóstoles que ellos serían bautizados en espíritu santo y recibirían poder espiritual (Hechos 1:8). Luego, cuando vino el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4), Pedro y los otros apóstoles que estaban con él fueron llenos del don de espíritu santo. ¡Ellos renacieron del espíritu de Dios y fueron hijos de Dios con poder!
Sabiendo lo que había recibido, Pedro cambió. No era el mismo hombre que había dependido de sus limitaciones de cuerpo y alma y se habían escondido tras puertas cerradas. Ahora enfrentando a esas autoridades religiosas judaítas de los cuales él había temido previamente, Pedro se puso de pie y predicó a Cristo y no vaciló en identificarlos como los que habían crucificado a Jesús.
Hechos 2:36:
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
¡Pedro cambió! Él era un nuevo hombre—confiado y denodado. ¿No es eso lo que todos queremos ser?
A medida que continuamos conociendo y entendiendo y utilizando el poder que tenemos en el nuevo nacimiento, también podremos vivir confiados y denodados para Dios. ¡Somos cambiados, y podemos continuar creciendo cada día y causar un impacto positivo en aquellos que nos rodean!